PARROQUIA ESPÍRITU SANTO - TACNA
a) El significado bíblico de la Ruah y de Pneuma es el de viento, respiración, aire,
aliento; y puesto que todo esto es signo de vida, los dos términos significan
vida, alma, espíritu. Así pues, Espíritu es una realidad dinámica, innova dora,
creadora; es símbolo de juventud, de viveza, de renovación. El dato bíblico nos
presenta siempre al Espíritu como fuerza activa que da vida, sustenta. Guía,
gobierna todas las cosas; pero al mismo tiempo el Espíritu no se confunde con
un sustrato corporal cósmico, como sucedía en algunas filosofías y concepciones
religiosas antiguas.
En el Antiguo Testamento, la
ruah va siempre unida a un genitivo de
especificación: “El Espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas”
(Gn1,2). “Dios creo al hombre a su imagen. A imagen de Dios los creó. Macho y
hembra los creó (Gn 1,27). “Dios formó al hombre con polvo de la tierra; luego
sopló en sus narices un aliento de vida, y existió el hombre con aliento y
vida” (Gn 2,7). Como es entenderse, generalmente va referido al hombre, a la
naturaleza, a Dios; estos significados están presentes indiferentemente en las
diversas épocas históricas. Cuando ruah se relaciona con la naturaleza, el
significado más ordinario es el del soplo del viento; cuando se refiere al
hombre, designa el aspecto vital, esencial del hombre: la ruah va ligada al
hombre como alma, espíritu, bien a nivel psicológico (sentimientos, emociones)
o bien a un nivel más profundo (centro de su espiritualidad). Ruah significa el
carácter vivaz y dinámico del ánimo humano (llamado también nefesh, en su
individualidad); ruah sería además la intimidad del hombre, algo así como su
corazón (leb).
El Espíritu, tanto cuando se
refiere a la naturaleza como cuando se
dice del hombre, remite siempre, sin embargo, a una realidad divina y
misteriosa: por eso, la ruah es siempre ruah Yahveh, soplo de Dios, y actúa en
dos planos, el cósmico y el histórico-salvífico. Espíritu es la característica
del mundo divino:
Lo físico es carne y sujeto a la caducidad, mientras que el Espíritu divino es vida, fuerza, superación del
tiempo y del límite (I Cor 15,47-49). Aunque en pocos casos el Espíritu de
Yahveh, Dios recibe en el Antiguo Testamento el apelativo de Santo (el Espíritu
Santo). El primer diálogo entre Dios y el mundo tiene lugar en la creación (Gn 1,2;
2,7); en efecto, él da forma al mundo, dispone ordenadamente las fuerzas
naturales, es creador de los seres animados; al contrario, la muerte significa
el retorno del Espíritu a Dios (Stg 2,26). Pero el Espíritu es protagonista de
la historia de la salvación como guía y revelador (Is 11,1-3). Los autores
esquematizan diversos modos de la manifestación histórico-salvífica del
Espíritu, donde podría trazarse una línea divisoria coincidente con el
destierro en Babilonia. Antes de aquel suceso se pueden conjugar sucesivamente
o de una manera interdependiente una fase carismática, profética y real, y en
el período posterior al destierro una fase mesiánico-escatológica, que en
ciertos aspectos recoge también las fases anteriores. Hay textos muy
importantes, como (Is 11,2), que marcan cierto progreso en la evolución de la
pneumatología del Antiguo Testamento; los poemas del Siervo de Yahveh atribuyen
al Espíritu, que era considerado siempre como propio del Señor, al Mesías en
términos personales, individuales: “El espíritu del Señor está sobre mí, porque
el Señor me ha ungido. Él me envió a llevar la buena noticia a los pobres, a
vendar los corazones heridos, a proclamar la liberación a los cautivos y la
libertad a los prisioneros, a proclamar un año de gracia del Señor, un día de
venganza para nuestro Dios; a consolar a todos los que están de duelo, a
cambiar su ceniza por una corona, su ropa de luto por el óleo de la alegría, y
su abatimiento por un canto de alabanza” (Is 61,1-3). Es decir, todo el
Espíritu reposa sobre su Mesías. El Espíritu le da al Mesías la función
profética (proclamar el derecho) y la real-carismática (traer la justicia y la
liberación), Pero como el mesianismo del Antiguo Testamento no está ligado
solamente a la figura individual del Mesías, sino que todo el pueblo constituye
una comunidad mesiánica, entonces el Espíritu de Dios se derramará sobre toda
carne (Jl 3,1-2).
En el Nuevo Testamento, mismo
Dios por el ángel Gabriel dice a la virgen María: “El Espíritu Santo descenderá
sobre ti, y el poder del altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño
santo que nacerá de ti se llamará Hijo de Dios” (Lc 1,35). Cuando Jesús se
bautizó en el Jordán: “El espíritu santo bajó sobre y se manifestó en forma de
paloma, una voz del cielo llego y dijo: Tu eres mi hijo amado yo te he
engendrado hoy” (Lc 3,22). Jesús al inicio de su vida pública como hijo de Dios
dice: “No crean que he venido a abolir la Ley o los Profetas. No he venido, a
deshacer, sino a dar pleno cumplimiento” (Mt 5,17). “El espíritu de Señor esta
sobre mí, me ha ungido para anunciar el Evangelio a los pobres” (Lc 4,18). Jesús
respecto a su audiencia dice: “El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve.
Las palabras que les dije son Espíritu y Vida” (Jn 6,63). Ahora, a ese espíritu
que actúa por la Palabra se vendrá y cumplirá su turno: “Si ustedes me aman,
cumplirán mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y él les dará otro Paráclito para
que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no
puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque
él permanece con ustedes y estará en ustedes” (Jn 14,15-17). Pero siempre que
cumplamos sus mandamientos (Jn 13,34). Jesús cumpliendo con el encargo del
Padre (Jn 6,38) y al final de su vida Jesús exclama: “Padre en tus manos
encomiendo mi espíritu y dicho eso murió” (Lc 24,46). Jesús resucitado y sin
reserva concede a sus discípulos el don del Espíritu: "¡La paz esté con
ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes".
(Mt28, 16-20; Mc 16, 14-18; Hch 1, 8) Al decirles esto, sopló sobre ellos y
añadió: "Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20,21-22). Ahora, “en adelante, el
Espíritu Paráclito, el intérprete que el Padre enviará en mi nombre les
enseñará todas las cosas y les recordará lo que yo les he dicho” (Jn 14,23).
Como es entendible, en los
umbrales del Nuevo Testamento nos encontramos con una fecunda identificación entre
el Espíritu y la Sabiduría. Cuando pasamos a considerar al Espíritu Santo en la
revelación neotestamentaria, hay que tener presentes algunas premisas
metodológicas que guían continuamente su lectura. En el Nuevo Testamento se
habla del Espíritu Santo siempre en relación con Jesús, el cual nos revela al
Padre y nos revela y da el Espíritu en abundancia. Por eso, el acontecimiento
cristológico es un acontecimiento pneumatológico, pero como el acontecimiento
cristológico es escatológico (Mc 1,14- 15), dado que el Espíritu Santo está
siempre ligado a Jesús, también el Espíritu es una realidad de los últimos
tiempos, y el acontecimiento pneumatológico es, por tanto, siempre una realidad
escatológica: han llegado los últimos tiempos, porque el Espíritu Santo ha sido
derramado sobre Jesús. Por eso Jesús es el hombre del Espíritu, el carismático
por excelencia; ahora da sin medida el Espíritu que recibió sobre toda medida y
que sigue descansando establemente sobre él. La suya es por completo una
existencia pneumática; y aunque la Pascua representa el acontecimiento central
de la efusión del Espíritu, hasta el punto de que antes de Pascua parece más
bien que es Jesús el que recibe el Espíritu, habrá que reconocer que, si de
hecho el acontecimiento cristológico es ya acontecimiento escatológico desde el
primer momento, la acción del Espíritu sobre Jesús y el don que Jesús nos hace
de él no son acontecimientos que puedan dividirse temporalmente.
El eón de Cristo se inaugura con
la irrupción del Espíritu; el kairós de Cristo es también kairós del Espíritu y
de la Iglesia (aun teniendo presentes los diversos acentos redaccionales-literarios
de los autores neotestamentarios). La relación Espíritu-Cristo podría
comprender entonces, según algunas opciones metodológicas de nuestros días, la
lectura de dos momentos distintos: Jesús recibe el Espíritu - Jesús da el
Espíritu. Considerando en primer lugar la relación Espíritu-Jesús, es preciso
señalar algunos rasgos particulares que definen su existencia como existencia
en el Espíritu:
- El bautismo de Jesús, vinculado
con la bajada del Espíritu Santo, representa una investidura, una capacitación:
Jesús es ungido, es decir, impregnado y poseído por el Espíritu Santo (Hch
10,38); el Espíritu reposa establemente sobre él, permanece en él lo mismo que
la Gloria de Dios descansaba sobre la tienda de la reunión (Jn 3,34-36).
- El Espíritu está luego con
Jesús en la lucha contra el mal, para que él pueda liberar a los hombres del
poder de Satanás, espíritu del mal.
- El Espíritu es el protagonista
de la obra evangelizadora de Jesús (Lc 4,141 5).
- El Espíritu es el motor de la
oración de Jesús, la condición de posibilidad de su relación filial con el
Padre.
Pasando luego a considerar la
relación Cristo-Espíritu, aunque es evidente que ya el Jesús terreno está lleno
de Espíritu, toda la atención se dirige hacia la hora de Cristo como manifestación
del Espíritu y su entrega sin medida (Jn 3,34-36). La promesa de los ríos de
agua viva que brotan de su seno (Jn 7 37-39) se refiere entonces a su
glorificación, donde la Pascua es también la hora del Espíritu; en efecto, la
muerte de Cristo que es entrega de su Espíritu (Jn 19,30) se relaciona con la
transfixión de su costado (Jn 19,34ss), donde la «sangre y el agua"
recuerdan precisamente al Espíritu Santo. El don pascual del Espíritu (por
limitarnos a la perspectiva de san Juan) se comunica también como don de la
vida nueva a los discípulos para que perdonen los pecados, en la formación de
la fe pascual. Cuando se habla luego de la relación Espíritu-Iglesia, las
perspectivas se amplían más aún y tenemos, además de la visión de Juan, la
visión lucana de los Hechos de los apóstoles, donde el Espíritu Santo es el
artífice de la implantatio Ecclesiae y el gran director de la misión
evangelizadora. La perspectiva paulina es la de presentar al Espíritu Santo
como Espíritu de Cristo (Pneuma tou Christou) en el que el genitivo no es tanto
calificativo como posesivo instrumental, es decir, el Espíritu de Dios que está
en Cristo y que actúa mediante Cristo. La cristicidad del Pneuma no lo
convierte sin embargo en una función de Cristo, ya que el Espíritu es siempre
Espíritu de Cristo (Gál 4,69), pero también Espíritu de Dios (Rom 8,14). El
misterio pascual revela que el Espíritu de Dios es principio constitutivo de
Cristo y, puesto que lo pone en el mismo plano de Dios, el Espíritu Santo tiene
que ser considerado como un ser distinto personal. ¡Estamos entonces muy cerca
de la figura del misterio trinitario!
b) La reflexión de la fe creyente
llega gradualmente a una doctrina sobre el Espíritu Santo, dentro del contexto
de la dimensión soteriológico-cristológica que prevalece en los primeros
siglos. Una vez resuelta la crisis arriana y una vez definida la divinidad de
Cristo (homoousios), había que responder a las herejías que surgían respecto al
Espíritu Santo (macedonianos, pneumatómacos) (por el año 360), viéndolo en
sentido subordinacionista, como una criatura del Logos o bien como un ser intermedio
entre Dios y el mundo. El análisis estructural de la definición del concilio de
Constantinopla aclara los atributos del Espíritu Santo: es el Señor (el mismo
apelativo que se concede también a Yahveh y a Jesús), da la vida de los hijos
de Dios (zoopoiós), es decir, santifica, diviniza, es co-adorado y
co-glorificado, procede del Padre, aunque no se precisa la relación
Hijo-Espíritu (DS 150). Evidentemente, el argumento principal para afirmar la
divinidad del Espíritu Santo fue el soteriológico, lo mismo que ocurrió en el
concilio de Nicea por obra de Atanasio: si somos rescatados y divinizados por
el Espíritu, es porque el Espíritu Santo es Dios. La innuencia de los padres
capadocios en Oriente se hizo sentir en el concilio de Constantinopla y en la
especulación griega posterior que estará siempre marcada por el equilibrio
entre la reflexión sobre la Trinidad en sí misma y su manifestación
histórico-salvífica.
- Por eso, el Espíritu Santo es
considerado en la pneumatología griega como principio personal de divinización
de la criatura, que en la fuerza del Espíritu vuelve al Padre. En esta visión
el Espíritu Santo se identifica con la fe misma, con la inteligencia de la
Escritura, orientando el comportamiento ético de los hombres hacia la comunión
con Dios. El Espíritu Santo no constituye para los Padres griegos una teología
docta, sino el horizonte mismo de inteligibilidad del misterio cristiano como
misterio de salvación. La pneumatología latina se resiente del planteamiento
general que se da a la explicación de la Trinidad, que, como es bien sabido,
tiende a salvaguardar ante todo la unidad de Dios. El modelo representativo
latino ha sido comparado con un círculo: el Padre engendra al Hijo, el Espíritu
Santo es el amor mutuo del Padre y del Hijo, con lo que en el Espíritu se cierra
la Vida trinitaria. Al ser el Espíritu Santo el don mutuo del Padre y del Hijo
dentro de la Trinidad, se precisó ante todo en qué sentido se habla de la
procesión del Espíritu y en qué sentido la relación de spiratio passiva
constituye la persona del Espíritu Santo. Se pasó luego a considerar al
Espíritu Santo en su manifestación ad extra, subrayando su función de
actualización y realización de la obra de Cristo en la gracia y en los
sacramentos, pero con el riesgo de no identificar la originalidad de la misión
del Espíritu Santo más que en lo que se refiere al tema de la inhabitación de
la Trinidad en el hombre, apropiada al Espíritu Santo. De hecho, tan sólo el
tratado sistemático De gratia, además -como es lógico- del De Trinitate, ha
desarrollado la dimensión pneumatológica.
c) El rol del Espíritu Santo
desde Pentecostés la Iglesia: ¿Quién es el Espíritu Santo?
"Nadie puede decir: ¡Jesús
es el Señor! sino por influjo del Espíritu Santo" (1Co 12,3) Muchas veces
hemos escuchado hablar de Él; muchas veces quizá también lo hemos mencionado y
lo hemos invocado. Piensa cuántas veces has sentido su acción sobre ti: cuando
sin saber cómo, soportas y superas una situación, una relación personal difícil
y sales adelante, te reconcilias, toleras, aceptas, perdonas, amas y hasta
haces algo por el otro…. Esa fuerza interior que no sabes de dónde sale, es
nada menos que la acción del Espíritu Santo que, desde tu bautismo, habita
dentro de ti.
El Espíritu Santo ha actuado
durante toda la historia del hombre. En la Biblia se menciona desde el
principio, aunque de manera velada. Y es Jesús quien lo presenta oficialmente:
"SI ustedes me aman, guardarán mis mandamientos, y yo rogaré al Padre y
les dará otro Defensor que permanecerá siempre con ustedes. Este es el Espíritu
de Verdad…. En adelante el Espíritu Santo Defensor, que el Padre les enviará en
mi nombre, les va a enseñar todas las cosas y les va a recordar todas mis
palabras. … En verdad, les conviene que yo me vaya, porque si no me voy, el
Defensor no vendrá a ustedes. Pero si me voy se lo mandaré. Cuando él venga,
rebatirá las mentiras del mundo…. Tengo muchas cosas más que decirles, pero
ustedes no pueden entenderlas ahora. Pero cuando Él venga, el Espíritu de la
Verdad, los introducirá en la verdad total". Estos son fragmentos del
Evangelio de San Juan, capítulos 14, 15 y 16. Si quieres saber más sobre las
últimas promesas y más profundas revelaciones de Jesús, lee con atención y
mucha fe, esta parte del evangelio.
Desde que éramos niños, en el
catecismo aprendimos que "el Espíritu Santo es la Tercera Persona de la
Santísima Trinidad". Es esta la más profunda de las verdades de fe:
habiendo un solo Dios, existen en Él tres personas distintas, Padre, Hijo y
Espíritu Santo. Verdad que Jesús nos ha revelado en su Evangelio. El Espíritu
Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo de la historia hasta su
consumación, pero es en los últimos tiempos, inaugurados con la Encarnación,
cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como
persona. Jesús nos lo presenta y se refiere a Él no como una potencia
impersonal, sino como una Persona diferente, con un obrar propio y un carácter
personal .
Formas de llamar al Espíritu Santo
"Espíritu Santo" es el
nombre propio de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, a quien también
adoramos y glorificamos, junto con el Padre y el Hijo. Pero Jesús lo nombra de
diferentes maneras: EL PARÁCLITO: Palabra del griego "parakletos",
que literalmente significa "aquel que es invocado", es por tanto el
abogado, el mediador, el defensor, el consolador. Jesús nos presenta al
Espíritu Santo diciendo: "El Padre os dará otro Paráclito" (Jn
14,16). El abogado defensor es aquel que, poniéndose de parte de los que son
culpables debido a sus pecados, los defiende del castigo merecido, los salva
del peligro de perder la vida y la salvación eterna. Esto es lo que ha
realizado Cristo, y el Espíritu Santo es llamado "otro paráclito"
porque continúa haciendo operante la redención con la que Cristo nos ha librado
del pecado y de la muerte eterna. EL ESPÍRITU DE LA VERDAD: Jesús afirma de sí
mismo: "Yo soy el camino, la verdad y la vida" (Jn 14,6). Y al prometer al
Espíritu Santo en aquel "discurso de despedida" con sus apóstoles en
la Última Cena, dice que será quien después de su partida, mantendrá entre los
discípulos la misma verdad que Él ha anunciado y revelado. El Paráclito, es la
verdad, como lo es Cristo. Los campos de acción en que actúa el Espíritu Santo,
son el espíritu humano y la historia del mundo. La distinción entre la verdad y
el error es el primer momento de dicha actuación. Permanecer y obrar en la
verdad es el problema esencial para los Apóstoles y para los discípulos de
Cristo, desde los primeros años de la Iglesia hasta el final de los tiempos, y
es el Espíritu Santo quien hace posible que la verdad a cerca de Dios, del
hombre y de su destino, llegue hasta nuestros días sin alteraciones. Cada vez
que rezamos el Credo, llamamos al Espíritu Santo:
SEÑOR Y DADOR DE VIDA: El término
hebreo utilizado por el Antiguo Testamento para designar al Espíritu es
"ruah", este término se utiliza también para hablar de
"soplo", "aliento", "respiración". El soplo de
Dios aparece en el Génesis, como la fuerza que hace vivir a las criaturas, como
una realidad íntima de Dios, que obra en la intimidad del hombre. Desde el
Antiguo Testamento se puede vislumbrar la preparación a la revelación del
misterio de la Santísima Trinidad: Dios Padre es principio de la Creación; que
la realiza por medio de su Palabra, su Hijo; y mediante el Soplo de Vida, el
Espíritu Santo.
La existencia de las criaturas
depende de la acción del soplo - espíritu de Dios, que no solo crea, sino que
también conserva y renueva continuamente la faz de la tierra. (Cf. Sal 103/104;
Is 63, 17; Gal 6,15; Ez 37, 1-14). Es Señor y Dador de Vida porque será autor
también de la resurrección de nuestros cuerpos:
"Si el Espíritu de Aquel que
resucitó a Jesús de entre los muertos habita en ustedes, Aquel que resucitó a
Cristo de entre los muertos dará también la vida a sus cuerpos mortales por su
Espíritu que habita en ustedes" (Rom 8,11). La Iglesia también reconoce al
Espíritu Santo como:
SANTIFICADOR: El Espíritu Santo
es fuerza que santifica porque Él mismo es "espíritu de santidad".
(Cf. Is. 63, 10-11) En el
Bautismo se nos da el Espíritu Santo como "don" o regalo, con su presencia
santificadora. Desde ese momento el corazón del bautizado se convierte en
Templo del Espíritu Santo, y si Dios Santo habita en el hombre, éste queda
consagrado y santificado.
El hecho de que el Espíritu Santo
habite en el hombre, alma y cuerpo, da una dignidad superior a la persona
humana que adquiere una relación particular con Dios, y da nuevo valor a las
relaciones interpersonales. (Cf. 1Cor 6,19) .
Los simbología del Espíritu
Santo
El Agua: El simbolismo del agua
es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que el agua
se convierte en el signo sacramental del nuevo nacimiento.
La Unción: Simboliza la fuerza.
La unción con el óleo es sinónima del Espíritu Santo. En el sacramento de la
Confirmación se unge al confirmado para prepararlo a ser testigo de Cristo.
El Fuego: Simboliza la energía
transformadora de los actos del Espíritu.
La Nube y la Luz: Símbolos
inseparables en las manifestaciones del Espíritu Santo. Así desciende sobre la
Virgen María para "cubrirla con su sombra". En el Monte Tabor, en la
Transfiguración, el día de la Ascensión; aparece una sombra y una nube.
El Sello: Es un símbolo cercano
al de la unción. Indica el carácter indeleble de la unción del Espíritu en los
sacramentos y hablan de la consagración del cristiano.
La Mano: Mediante la imposición
de manos los Apóstoles y ahora los Obispos, trasmiten el "don del
Espíritu".
La Paloma: En el Bautismo de
Jesús, el Espíritu Santo aparece en forma de paloma y se posa sobre Él.
El Espíritu Santo y la Iglesia: Hay diferentes dones pero un único espíritu (I Cor 12,4)
"Uds fueron rescatado del pecado por la sangre preciosismo del Cordero, sin mancha y sin defecto, sean santo" (I Pe 1,15-18). "Dios quiso para si una Iglesia resplandeciente, sin mancha, arruga, defecto, sino santa en inmaculada" (Ef 5,27). El espíritu tiene la función de santificar a la Iglesia y lo hace de modo particular por los sacramentos; así por ejemplo gracias al Espíritu santo, la Santa Misa no es un mero recuerdo de la ultima cena sino la misma celebración de Cristo Jesús con sus apóstoles (Mt 26,26; Lc 22,19-20). La Iglesia nacida con la Resurrección de Cristo, se manifiesta al mundo por el Espíritu Santo el día de
Pentecostés. Por eso aquel hecho de que "se pusieron a hablar en idiomas
distintos" , (Hch 2,4) para que todo el mundo conozca y entienda la Verdad
anunciada por Cristo en su Evangelio. La Iglesia no es una sociedad como
cualquiera; no nace porque los apóstoles hayan sido afines; ni porque hayan
convivido juntos por tres años; ni siquiera por su deseo de continuar la obra
de Jesús. Lo que hace y constituye como Iglesia a todos aquellos que
"estaban juntos en el mismo lugar" (Hch 2,1), es que "todos
quedaron llenos del Espíritu Santo" (Hch 2,4). Una semana antes, Jesús se
había "ido al Cielo", y todos los que creemos en Él esperamos su
segunda y definitiva venida, mientras tanto, es el Espíritu Santo quien da vida
a la Iglesia, quien la guía y la conduce hacia la verdad completa. Todo lo que
la Iglesia anuncia, testimonia y celebra es siempre gracias al Espíritu Santo.
Son dos mil años de trabajo apostólico, con tropiezos y logros; aciertos y
errores, toda una historia de lucha por hacer presente el Reino de Dios entre
los hombres, que no terminará hasta el fin del mundo, pues Jesús antes de partir
nos lo prometió: "…yo estaré con ustedes, todos los días hasta el fin del
mundo" (Mt. 28,20).
El Espíritu Santo y la vida
cristiana
A partir del Bautismo, el
Espíritu divino habita en el cristiano como en su templo (Rom 8,9.11; 1Cor
3,16; Rom 8,9). Gracias a la fuerza del Espíritu que habita en nosotros, el
Padre y el Hijo vienen también a habitar en cada uno de nosotros. El don del
Espíritu Santo es el que: nos eleva y asimila a Dios en nuestro ser y en
nuestro obrar; nos permite conocerlo y amarlo; hace que nos abramos a las
divinas personas (Padre, Hijo) y que se queden en nosotros. La vida del
cristiano es una existencia espiritual, una vida animada y guiada por el
Espíritu hacia la santidad o perfección de la caridad. Gracias al Espíritu
Santo y guiado por Él, el cristiano tiene la fuerza necesaria para luchar
contra todo lo que se opone a la voluntad de Dios. (Gal 5,13-18; Rom 8,5-17).
Para que el cristiano pueda luchar, el Espíritu Santo le regala sus siete
dones, que son disposiciones permanentes que hacen al hombre dócil para seguir
los impulsos del Espíritu, estos dones son:
-Sabiduría: nos comunica el
gusto por las cosas de Dios.
- Ciencia: nos enseña a darle a
las cosas terrenas su verdadero valor.
- Consejo: nos ayuda a resolver
con criterios cristianos los conflictos de la vida.
- Piedad: nos enseña a
relacionarnos con Dios como nuestro Padre y con nuestros hermanos.
- Temor de Dios: nos impulsa a
apartarnos de cualquier cosa que pueda ofender a Dios.
- Entendimiento: nos da un
conocimiento más profundo de las verdades de la fe.
- Fortaleza: despierta en
nosotros la audacia que nos impulsa al apostolado y nos ayuda a superar el
miedo de defender los derechos de Dios y de los demás.